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Manchester by the sea

De Kenneth Lonergan

“Se debe sentir intensamente la escritura y soportar la soledad."

Robert McKee, "El Guion"

Publicado: 2017-02-26

¿Qué hay detrás de todo ese silencio?  

Que Manchester by the sea logre conquistar el terreno de la parquedad siendo una película sostenida en el diálogo y sus actuaciones ya la hace notable.

La película se narra en dos tiempos, alterna pasado y presente: por un lado, están los días en que los hermanos Joe (Kyle Chanlder) y Lee (Casey Affleck) salían a pasear en bote con Patrick, hijo de Joe, (Lucas Hedges); por el otro,  están las decisiones que Lee debe tomar tras la muerte de su hermano Joe.

Los recuerdos que van apareciendo del pasado intervienen firmemente y nos muestran a Lee en una especie de periodo de estabilidad, no es la era dorada de la plenitud familiar, por el contrario hay problemas y discusiones, pero que no ameritan mayor sobreexaltación o impacto. La esposa de Lee, Randi (Michelle Williams), lo regaña por estar haciendo ruido en la casa con sus amigos y no dejar a los niños dormir, hay uno que otro grito, pero todo dentro del espectro de lo cotidiano.

El film de Lonergan cobra otra fuerza cuando se revela el pasado de Lee, el hecho que lo termina convirtiendo en lo que es, un tipo callado, silencioso, volátil e incapaz de mostrar entusiasmo. Su vida quedó sepultada en los escombros de aquel incendio accidental. Aquí la narrativa acierta, dota a la historia de esta información en el momento en que a Lee le expresan el deseo de Joe de que cuide a Patrick hasta los dieciocho años.

Este dúo que se establece entre Patrick y Lee será el recordatorio constante de la pérdida, de la confrontación con el horror y la angustia por tener que seguir adelante como si nada hubiera ocurrido. Casey Affleck demuestra lo lejos que quedó de aquel muchachito de barrio que interpretó en Good Will Hunting. Se consolida como piedra angular de un film que arriesga todo y que adquiere su valor esencial en la simpleza. Detrás de su temple, aparentemente inquebrantable, están acechando el pasado, la culpa y la necesidad de arrebato, características contra las que se obligado a lidiar al tomar sus decisiones.

Prueba de esto último es la gran escena en la que Patrick sufre de un ataque de pánico cuando está en la cocina, tras encerrarse en su cuarto, Lee se preocupa e intenta crear algún nexo para ofrecerle ayuda, al ver que las palabras no sirven, abre la puerta con violencia, luego dialoga y, finalmente, escucha. No hay grandes lecciones de vida, no hay frases de libro, ni palabras memorables, solo conversan de modo natural hasta que Patrick se queda dormido, escena que es contemplada por un Lee meditativo. Aquí nadie está jugando a ser el padre que no es, ni será. 

Es por eso que Manchester by the sea es también un repaso sobre la dificultad del aprendizaje, el reinventarse; es la apuesta por comenzar de cero, con la página en blanco; a modo de ejercicio de escritura, el guionista y director Kenneth Lonergan construye la soledad de Lee desde la solidez austera del guion. Se procura esquivar toda parafernalia y efectismo y cada escena se convierte en la evocación de aquello que está ausente.

La muerte de Joe altera todos los ritmos de los personajes: las rutinas, los planes, los hobbies del hijo Patrick, y sobre todo, el solipsismo autoforzado de Lee. Poco a poco, va quedando claro que para él no es fácil asumir la voluntad de su hermano fallecido.

Sin embargo, no se trata de una redención clásica y correcta, es más bien atropellada y convulsa. Lonergan nos sitúa frente a una historia de proximidad imperfecta, porque la cercanía no siempre viene en tono de fábula. Esta es una obra de madurez. Hay que verla. 


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