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Moonlight

De Barry Jenkins

Publicado: 2017-02-25

El color se reparte por cada plano con la gracia que solo puede tener quien observa con detenimiento el espacio íntimo.  

En sus tres capítulos, Moonlight nos sumerge en múltiples formas en las que su protagonista, Chiron, experimenta la crisis de identidad. El registro del director Barry Jenkins recurre al naturalismo en ocasiones y evita sobre-dramatizar los momentos trágicos. Vamos bordeando los picos de tensión, nos volvemos un ojo que asiste a la función desde la sutileza y descubrimos la homosexualidad del personaje, la distancia con su madre, lo vacío que se siente su hogar, el vínculo familiar y bondadoso que tiene con Juan, el dealer del barrio (una suerte de padrastro), y su novia Teresa.

El abandono familiar abre paso a que florezca la bondad de los extraños, ahí está Juan, cuyas apariciones son impecables para fundar en Chiron la búsqueda de identidad, simbolizada en la escena en la que Juan le enseña a nadar al niño que es víctima de bullying escolar.

Esa sentido que construía Richard Linklater en Boyhood al dejar pasar las etapas de la vida y no aferrarse está también aquí presente. El relato de Moonlight avanza incesante, no nos queda otra que admitir la realidad de Chiron, una vida terrenal y accidentada.

Pero Jenkins sabe también poetizar sobre lo mundano, dota a la sordidez de trascendencia con la cámara lenta o filmando nucas y espaldas tensas, también primeros planos incómodos; así transcurre la narración, nos asoma hacia lo irremediable bajo el filtro de una estética angelical, como si el sufrimiento fuese un elemento sustancial para la belleza. 

En el 2015 el cineasta Khalik Allah (director de Antonyms of beauty) retrató en su vecindario de Harlem a drogadictos de raza negra en su película Field Niggas: un poema sobre la deriva urbana, que a manera de ensayo estético, nos iba mostrando rostros cuya voz estaba desincronizada de la imagen con una ralentización agraciada. Algo de ese ímpetu embellecedor comparte Jenkins en Moonlight. Se trata de un universo grotesco, pero al cual llega la luz.

La sexualidad de Chiron está retratada con ese interés por lo luminoso. El sonido sabe cómo acompañar la curiosidad o admiración por el cuerpo masculino, remarcando los roces corporales o dejando que se desarrollen los silencios. La escena de la infancia en la que aprende a pelear con su amigo y terminan tumbados en el suelo, está cubierta como el enfrentamiento salvaje de dos espíritus incontenibles, fuertes, apasionados; tal como será la relación entre Chiron y Kevin durante la adolescencia: una tensión constante entre el revelarse intempestivamente y la seguridad de las apariencias.

La escena de encuentro y asinceramiento en la playa es sublime, con el ruido del mar como un fondo que mece la situación en la que esperamos acudir a un instante de liberación honesta. Dicha intensidad es protagonista también del tercer acto, en el cual se priorizan las miradas, los gestos minúsculos y el retrato del aquí y el ahora, donde el pasado puede olvidarse momentáneamente para construir nuevos sentires.


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