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Margarita

Publicado: 2016-10-02


Margarita se preocupa por cumplir con las reglas de tiempo de la comedia, pero sólo hace eso: fijarse en el cumplimiento de un plazo establecido. En un momento dado, sabe que debe haber una situación "divertida", una reflexión moral o un personaje que entre para "animar" la situación.  

El director Frank Pérez Garland adorna con diálogos un relato en el que los personajes no se definen por la farsa,  ni por la comedia cotidiana y realista. Es el cruce de universos de "Al Fondo hay Sitio" y "Mi problema con las mujeres" (y esto, independientemente del cast).  

Nada importa a los personajes lo suficiente. Pensemos en el protagonista, su descuido paternal nunca parece hacerlo despertar más allá del plano superficial, es solo cuando aparece el personaje de Melania Urbina (valga decir, que se cumple un plazo temporal) que Ciccia parece advertir sus errores, no solo los que tiene como padre,   también los de su vida. La única razón por la que estaríamos obligados a creer en el amor padre-hija es porque los personajes dicen enfáticamente y a toda hora que se  quieren mucho. No basta con ponerlos jugando en un parque, no basta con ponerlos en un carro cantando felices, no basta con que el protagonista diga que va a trabajar menos para prestarle atención a su hija con música incidental de fondo. Lo mismo aplica para el amor de pareja que propone la trama.

Tiene que haber acciones que generen un impacto en las relaciones de los personajes. Es cierto, la presencia de la hija (reacia a viajar) le cambia el mundo inicialmente a Rafo (Giovanni Ciccia), y esa es una buena idea, pero, ¿luego? Se siente la redundancia, se comenta sobre lo mal padre que se puede llegar a ser y sobre cambiar. El diálogo queda desamparado por el lenguaje cinematográfico, que solo acompaña, lo cual no tendría que ser un defecto, pero se convierte en uno cuando los personajes hablan con clichés y frases hechas.

La dirección de actores intenta emular con torpeza los principios de la comedia clásica de enredos. Garland distrae al espectador de lo que podría ser un conflicto real con detalles que no son concéntricos a la trama. 

Los puntos de crisis se presenta con una moraleja políticamente correcta: la llegada del periodo de la niña (que pretende sostener que la madre es la indicada para cuidarla). La lección no se queda ahí, se extiende por toda la película: en la inocencia de la mascota  (algo que los hermanos Farrelly supieron neutralizar y parodiar en Loco por Mary de manera brillante), o incluso en el histrionismo del personaje de César Ritter. 

La película luce plástica, artificial. Como la imagen ralentizada del beso climático.


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