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“El Candidato” de Álvaro Velarde

Crítica de la película

Publicado: 2016-08-03

El Candidato busca ser un esperpento en el sentido formal de la palabra, aquel género literario que fundó Germán del Valle Inclán para abordar la realidad desde la exacerbación de lo grotesco. Sin embargo, enfatizar el lado monstruoso de la sociedad peruana no le resultará sencillo. 

Con El Destino no tiene Favoritos (2003), Álvaro Velarde había puesto las reglas del juego: la exageración y la parodia serían su hábitat. Tomó prestados los códigos excesivamente melodramáticos de las telenovelas y los convirtió en juegos disparatados, en diálogos con un timming que apuesta por lo refinado y burlas/guiños a la estética kitsch.

En El Candidato, Velarde parece estar focalizado en graficar el desenfreno caricaturesco a través de una historia que tiene como protagonistas a cuatro candidatos a la presidencia de la república. La película deja en claro, desde el arranque, los arquetipos y sus respectivos referentes (García, Toledo, Humala, un candidato outsider, la prensa manipuladora), el relato será una atolondrada carrera por ver qué candidato gana las elecciones, todo vale y todo será ridículo: una farsa, valga decir. Los peinados de los presentadores de noticias, las preguntas de los reporteros, las entonaciones de Hernán Vidaurre y Manolo Rojas, las motivaciones de Rossinni y Mónica Sánchez, los decorados y su inclinación cromática, la ropa, las texturas del sonido, los movimientos de cámara, y un largo etcétera, son elementos que Velarde envuelve con el manto de la payasada.

Ahora bien, el humor que parodia la política es saludable y hasta subversivo, tan solo recordemos los films y sketchs de Monty Phyton (véase la historia de “el chiste más gracioso del mundo”), de un humor que llevaba tópicos intelectuales al completo absurdo. La risa puede ser abordada entonces como una acción crítica, que pone el pensamiento a trabajar y re-ordena la forma en la que vemos el espacio social. La agenda de El Candidato no es muy clara en este aspecto.

La película arranca algunas risotadas al público, pero sin criterio alguno. Carga todas las municiones y apunta hacia todos los ángulos posibles, acumula los hechos más anecdóticos de la historia peruana post-fujimori y los monta uno tras otro para sustentar una idea muy vieja: la clase política es una farsa.

La burla pretende abarcar a todas las ideologías, de izquierda a derecha, pasando por los liberales y los autoritarios, hasta llegar a los independientes; se declara la política como un engaño, por momentos pareciera una defensa del alpinchismo, lo cual tampoco queda muy claro, si tenemos en cuenta las escenas finales, en las cuales aparece la candidata “verdaderamente democrática” enfrentándose a un deshonesto aspirante a presidente, aunque parece ser más un chiste forzado que otra cosa.

Un momento que podría resultar divertido nos recuerda al Velarde de El Destino no tiene Favoritos, donde el humor se sugiere; nos referimos a la escena en la que se le sugiere al candidato y presidente Napoleón (alter ego de Toledo) que capte el voto homosexual; frente a dicha propuesta, algunos personajes secundarios detrás de él comentan estadísticas sobre las minorías sexuales, dando a entender que ellos son homosexuales, hecho que es completamente ignorado por el impresentable jefe de Estado, el megalómano está ciego ante lo evidente. Hasta ahí puede funcionar la idea, luego el recurso se agota y se estira innecesariamente hasta llevarlo a un mitin multitudinario. Otro ejemplo, algunos momentos de la periodista que encarna Patricia Portocarrero dan algo de cohesión a la parodia.

Sin embargo, hay unos cuantos momentos en los que el film se sitúa con una pizca de firmeza en su explotación de lo grotesco, como en la secuencia de la sesión fotográfica o en los gestos nerviosos de César Ritter (que hace de una suerte de Julio Guzmán). Y es que Velarde, nos guste o no, es un cineasta que no carece de atrevimiento. Esperemos que en el futuro logre darle un norte preciso al contenido de su propuesta desmesurada, porque si algo tiene estructurado, es la forma en la que quiere vestir a sus relatos.


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