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Avenida Cloverfield 10:

Crítica del film de Dan Trachtenberg 

Publicado: 2016-04-27

Avenida Cloverfield 10, que no tiene nada que ver con la cinta dirigida por J. J. Abrahams (2008), acierta en los puntos clave para captar y mantener nuestra atención, durante cierto tiempo

Lo único que sabemos es que Michelle (Mary Elizabeth Winstead) ha abandonado a su novio, evitando cualquier confrontación directa. Dejó su anillo en la mesa, subió al auto y manejó fuera de la ciudad. Tras accidentarse, despierta sobre un colchón en una habitación vacía. Su pierna está esposada a un tubo. Nos preguntamos, ¿quién la mantiene allí? Entonces aparece Howard -interpretado por el siempre notable John Goodman-, quien no responde directamente a las interrogantes de Michelle, pero dice querer protegerla. Luego nos enteramos de que algo catastrófico parece haber ocurrido fuera de ese búnker en el que se encuentran.

El peligro externo podría ser solo en apariencia, porque Howard (John Goodman), un apocalíptico de las conspiraciones, es el que garantiza la hecatombe externa a su refugio. Dilema total para Michelle y Emmett (John Gallagher Jr.), ya que el personaje de Goodman se comporta cual dictador que espera obediencia y gratitud de su pueblo, atemorizándolos sutilmente con el único revólver que hay en el búnker. A nuestros personajes solo les queda ser escépticos o creerlo todo y aceptar que su mundo está siendo destruido por “algo”. Y esta segunda opción es la más inquietante.

¿Por qué resulta tan efectiva la primera hora de Avenida Cloverfield 10? ¿Acaso porque aquello que es innombrable, nos perturba? Seamos honestos, resulta tenebroso no poder decir a qué te enfrentas. Nos desespera todo lo que excede nuestra percepción, porque el lenguaje, tan próximo y que se ha perfeccionado durante milenios, resulta inútil. El día en que no podemos abordar los hechos de forma concreta, ese es el punto crítico. Y a esta crisis juega Avenida Cloverfield 10, el no tener idea absoluta de qué ocurre afuera del búnker del paranoico John Goodman.

Ahora, ¿por qué el film de Trachtenberg termina al borde del absurdo? Ocultar es todo un arte, sí. Pero revelar es quizás lo más difícil, si se hace bien lo primero. En cuanto se rompe el misterio, la narrativa entrega las explicaciones, nos precisa si todo lo que vimos era fantasía o un sacrificio necesario. Y todo lo que se nos presenta nos confirma el nuevo mundo al que hemos arribado. El problema es que nos cambian la película; en el afán por explicar, se nos abruma con demasiada información. Sí, puede ser necesario descubrir lo que ocurrió, pero un relato necesita tiempo para desenvolverse, de lo contrario la narración se satura.

En una época como la que vivimos, con el discurso apocalíptico heredado del 11 de setiembre, es interesante abordar el miedo a los fantasmas de “afuera”, esa necesidad de los gobiernos de señalar peligros foráneos y que siempre son diferentes a uno mismo, llámense islámicos, comunistas, latinos, homosexuales, etc. Se trata de un hecho global, porque aquí en Perú no falta quien apele al miedo por "los terrucos" y “los antimineros” para coercer la voluntad.

Las conjeturas e intuiciones parecen ser más sólidas que cualquier indicio de certeza en estos días; sin embargo, toda la impronta política de la cinta se termina diluyendo en cada paso hacia su conclusión, desde que descubrimos lo que ocurre “afuera”, hasta que observamos la decisión aleccionadora de Michelle de partir rumbo a Houston.


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